Caminaba por una sinuosa vereda, alcornoques centenarios, fresnos y madroños, levantaban paredes oscuras.
Las voces de mis amigos con risas y bromas cortaban el velo del silencio.
Sobre una piedra, contemplé la muerte del día, que silenciosamente se llevaba los últimos rayos de sol. Las sombras del entorno, creaban formas tenebrosas. Estar acompañada, borraba cualquier atisbo de miedo, que la negritud de la noche pudiera causarme.
Cerré los ojos y aspiré el aroma de la naturaleza, que perfumaba mi cuerpo.
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